Los cuentos breves de Franz Kafka

No es exagerado considerar a Franz Kafka como el mejor escritor que ha engendrado la vastísima y enigmática literatura. Ni Shakespeare, ni Cervantes, ni Goethe han postergado tanto su influjo como el admirable y aciago compositor de Praga. Hoy ya no se cultiva el estilo shakespeariano, hoy ya no se implementan las voces cervantinas, hoy la vida, nuestra vida, pertenece al sórdido y laberíntico discurso kafkiano. Somos Ícaros sin alas intentando rehuir de una cárcel simbólica. De nosotros, y no del Minotauro, es el confuso, el interminable laberinto.

A ciento treinta y un años del nacimiento de Franz Kafka, quiero compartir con ustedes una faceta del autor que suele ser obliterada por su harto conocida faceta de novelista extraordinario: la faceta de escritor de ficción breve, de escritor de cuentos que no rebasan la página y media. He recogido una pequeña serie de minificciones del ínclito maestro europeo que acaso cifra su extraña y oscura configuración mental. En esta serie, encontramos diversas y maravillosas imágenes: sirenas silenciosas, mensajes que jamás llegarán a su destino, hombres que gastan su vida esperando acceder a la ley, extraños y mágicos animales, héroes mitológicos olvidados, dioses atestados de trabajo… Los mejores argumentos de Kafka se regodean en estas brevísimas piezas.

Ojalá que el hilo de Ariadna jamás se te rompa, querido y dedálico lector:

El silencio de las sirenas

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

Franz Kafka

Aquí pueden consultar otras narraciones breves de Kafka:

– La verdad sobre Sancho Panza

– Un mensaje imperial

– Ante la Ley

– Prometeo

– La partida

– Poseidón

– Una cruza

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